La polémica continúa abierta
respecto a las concertinas (elementos disuasorios) instalados hace años en las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla.
Vallas colocadas no solo con la
intención de impedir la entrada masiva de inmigrantes ilegales sino también de
drogas, mercancías, armas, enfermedades, etc. Parece que algunos y algunas
obvian interesadamente los riesgos inherentes de ser frontera terrestre de
Europa en el norte de África, zona catalogada en estos momentos como la más
caliente del globo terráqueo, de la misma forma que obviaron en su día las consecuencias de derogar la doctrina Parot.
La definición de frontera
como tránsito social entre dos culturas escenifica la situación real que
experimenta en la actualidad los perímetros fronterizos que separan físicamente
ambas ciudades europeas y españolas de Marruecos. Debemos ser conscientes que
todas, absolutamente todas las fronteras del mundo se caracterizan por un alto
grado de vigilancia en defensa de su propia soberanía. Por tanto, la nuestra,
la de un país democrático como España no puede someterse al discurso demagógico
de quienes tan solo pretenden con esta
polémica artificial criticar a un Ejecutivo, que defiende desde la responsabilidad
los intereses de todos los ciudadanos que residen legalmente en él.
Por todo ello, resulta
totalmente descorazonadora la utilización partidista de unos elementos
disuasorios que también se utilizan sin
polémica alguna en los perímetros que
delimitan el acceso a zonas residenciales,
zonas comerciales, centros deportivos, establecimientos militares, centros
penitenciarios u organismos europeos emblemáticos como el Banco Central Europeo o el propio Parlamente
Europeo. En definitiva, una polémica más generada desde el progresismo español
con la única intención de menoscabar la imagen de un Gobierno elegido
democráticamente por la inmensa mayoría de españoles, a pesar de que estos
elementos fueron una iniciativa del
Gobierno socialista anterior.
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