domingo, 11 de abril de 2010

Compromiso leal y sincero

En primer lugar, aprovecho mi colaboración de hoy para expresar mi más sincero agradecimiento hacia quienes desinteresadamente se han preocupado por los motivos que me han imposibilitado en las últimas semanas compartir mis reflexiones con los lectores de este diario. Agradecimiento que hago extensible a los doctores Villegas y Miralles así como, al personal de enfermería del Centro de Salud del Recinto y de la Unidad de Cardiología del Hospital Universitario de Ceuta, quienes han evidenciado en todo momento un altísimo grado de profesionalidad y sensibilidad.

Una vez dicho esto, es momento de exteriorizar los sentimientos que me han embargado durante estas semanas, todos ellos alrededor de un término muy utilizado en la sociedad actual, un vocablo al que algunos pueden definir como la obligación contraída por medio de un acuerdo, promesa o contrato y otros, que lo entendemos como la reciprocidad en las actuaciones que deberían existir entre dos o más personas leales en la defensa de un proyecto común. La historia esta repleta de personajes que compartieron durante años ideologías, creencias, pensamientos, proyectos e incluso vidas en común, dilapidadas apresuradamente precisamente, por carecer de la mencionada reciprocidad ya sea, por intereses eminentemente particulares alejados del interés común o por la obstaculización de una tercera persona cuyos alicientes se podrían encontrar totalmente alejados de quienes adquirieron el compromiso inicial.

Valorar por tanto, el grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos con la intención de decidir en relación a la conveniencia de su mantenimiento o su finalización, es tan solo cuestión de iniciar una profunda reflexión en la que deberíamos analizar diferentes cuestiones fundamentales; nivel de cumplimiento de los compromisos adquiridos por ambas partes, confianza en el proyecto compartido y grado de lealtad de quienes hayan podido interferir en dicha relación. Por tanto, al ser una cuestión entre dos o mas personas sería totalmente necesaria una puesta en común al objeto de argumentar la futura decisión en cualquiera de sus posibles resoluciones, siempre atendiendo a todas las partes implicadas ya que, la lealtad incondicional es una cualidad difícil de encontrar en estos tiempos.

No obstante, también es posible decidir la ruptura unilateral del compromiso adquirido, escuchando tan solo una de las partes causante del conflicto, circunstancia que sin ninguna duda, podría afectar perniciosamente a la parte indefensa al no ser escuchada provocando, con total seguridad, su malestar e indisposición. Por tanto, deberíamos valorar en principio las consecuencias de tan lamentable decisión ya que, la responsabilidad de las distintas soluciones que pudieran adoptar sus protagonistas desde ese mismo instante correspondería exclusivamente a quien adopta esta injusta decisión en la que no se ha atendido a las argumentaciones de todas las partes implicadas en el desacuerdo.
En definitiva, las relaciones humanas están repletas de momentos en los que de alguna manera se contradicen nuestros sentimientos sin justificación aparente; hermandad y enemistad, alegrías y tristezas, cordialidad y hosquedad, franqueza e hipocresías, todas ellas escenificadas en el devenir cotidiano cuando, lo más sencillo sería actuar con honestidad respaldando a quien ha demostrado durante años el cumplimiento minucioso del compromiso adquirido. Por tanto, posiciones sociales, laborales, económicas o políticas no deberían primar en la toma de determinadas decisiones porque, lo importante es el valor moral y el compromiso de las personas. No obstante, de la misma forma que la confianza existente entre dos o más personas propicia el nacimiento de un compromiso leal entre las mismas, la desconfianza argumentada en la deslealtad mencionada genera todo lo contrario. No obstante, nunca es tarde cuando los sentimientos existentes son puros y leales.

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